
Editorial
La comparecencia del presidente tras la cumbre de la OTAN fue otro ejemplo de su acreditada distorsión de la realidad. Sus negligencias en este foro internacional las pagarán los españoles
La apuesta de Pedro Sánchez con su negativa a aceptar el incremento del presupuesto en defensa hasta el 5 por ciento del producto interior bruto (PIB) era muy clara: emerger como el líder carismático de una socialdemocracia europea en declive, reagrupar emocionalmente a la izquierda en torno al pacifismo contra Trump –algo así como una especie de adalid de un trasnochado ‘antiimperialismo’ para contentar a sus socios y tensionar a la oposición– y, sobre todo, hacer pasar a un segundo plano las investigaciones por corrupción de alto nivel en su partido, en su Gobierno y en su familia. El problema de Sánchez es que llega tarde a esta operación de salvamento que pretendía ejecutar con cargo a los intereses generales de España. Podría haberse entendido que mantuviera una posición racionalmente crítica con una imposición de gasto que ahora mismo sería compleja. Pero Sánchez toma y ejecuta decisiones que no se someten a las reglas de la lógica, tampoco de la política, sino de su particular sentimiento de supervivencia.
El descrédito personal en el que está sumido no le permite albergar la más mínima esperanza de ese liderazgo moral y político frente a la nueva etapa de seguridad en Europa abierta por la agresión rusa a Ucrania. La cascada de críticas que ha recibido en los últimos días en algunos de los más reputados medios europeos demuestra que ya le han tomado la medida más allá de nuestras fronteras. Empezaron a hacerlo cuando decidieron calificarlo como ‘drama king’, con motivo de aquel inefable retiro de cinco días para reflexionar sobre su futuro. Y ahora lo que han retratado es su jugada trilera de implicar a la OTAN en un falso pacto de exención a España del 5 por ciento del PIB dedicado a defensa.
La comparecencia de Sánchez tras la cumbre de la OTAN fue otro ejemplo de su acreditada distorsión de la realidad. Su empeño diario es que los ciudadanos no crean lo que ven con sus ojos, sino lo que él dice. Es decir, que no se vea que la OTAN aprobó por unanimidad –por tanto con el voto del propio Sánchez– un incremento en cada Estado del gasto en defensa hasta el 5 por ciento del PIB. Sánchez votó a favor, aunque para no cumplirlo, porque él tiene la fórmula para que España consiga con el 2,1 por ciento lo que otros, con mayor fortalece económica y capacidad de producción, solo pueden alcanzar con el 5. La irónica reflexión del primer ministro belga sobre las cuentas de Sánchez da fe de cómo se percibe al mandatario español en los foros internacionales.
Estas negligencias inexcusables en el foro internacional las pagará España, porque la historia tiene una lección implacable: solo están al frente de los acontecimientos los que están dispuestos a sacrificarse y se muestran solidarios con sus aliados. No hubo que esperar mucho para comprobar que la temeraria estrategia autoprotectora exhibida por Sánchez en la cumbre de La Haya puso en riesgo los intereses de nuestro país. Donald Trump calificó de «terrible» la postura del líder del PSOE y afirmó que, cuando llegue el momento de negociar los aranceles, «les haremos pagar el doble». Añadió el presidente estadounidense que su homólogo español «va por libre y es injusto» e insistió en que es incompatible alardear tanto de la economía española, como hace Sánchez, y «no invertir en su defensa». Sánchez va a conseguir que todos los ciudadanos paguen platos que él ha roto con su irresponsable postura, que un extravagante unilateralismo esté asociado al momento actual de España y que nuestras Fuerzas Armadas, admirables y admiradas en todo el mundo, se queden en la misma esquina en la que él estuvo para la foto de familia de los líderes de la OTAN. Aislado y señalado.