
De Shlomo Ben Amí entendí que en el Próximo Oriente siempre hay que contemplar el todo y la parte. Los conflictos locales no se pueden entender sin el contexto regional, y viceversa: cualquier acontecimiento es susceptible de cambiar el equilibrio de fuerzas en la región. Ocurrió con el brutal ataque de Hamás del 7 de octubre de 2023 y vuelve a ocurrir ahora con la devastadora intervención de Israel en Irán. Con la llamada operación Inundación de Al-Aqsa –que terminó con la vida de 766 civiles y 373 soldados, y el secuestro de 251 civiles y soldados israelís–, Hamás pretendía evitar que Israel y Arabia Saudí cerrasen acuerdos sobre el futuro de Gaza. No se trataba de defender derechos de los palestinos, que llevan décadas violentados. Se trataba de desballestar una aproximación impía que dejaba a Irán fuera de la ecuación. Algo parecido ocurre con la operación León Naciente llevada a cabo por Israel en Irán. El propósito no es acabar con la capacidad nuclear iraní, que siempre se podrá rehacer, ni con el régimen. Se trata de evitar un peligro que, para Binyamín Netanyahu, era mucho más preocupante, la posibilidad de que Donald Trump buscase un acuerdo con los ayatolás con una cierta bendición de los países árabes del Golfo. Todo apunta en esa dirección. El restablecimiento de relaciones entre Irán y Arabia Saudí hace un par de años y la presencia del expresidente iraní, Ebrahim Raisi, en una cumbre de la Liga Árabe habían alertado al gobierno de Tel Aviv. Cuando a esto se sumó la intención de la nueva administración norteamericana de renegociar el acuerdo nuclear, Netanyahu frunció el ceño, y cuando Trump viajó al Próximo Oriente sin pisar Israel, se disparó la alarma. Entonces, los israelís prepararon aquello que saben hacer mejor que nadie: marcarle el paso al amigo americano.
Una vez desencadenado el ataque, Trump y Marco Rubio se olvidaron de las advertencias que le habían hecho a Netanyahu en la Casa Blanca. Encandilado por la eficacia inicial de la operación militar, Trump no solo advirtió a Teherán de que no se revolviera contra bases norteamericanas. O hay acuerdo o les borramos del mapa, advirtió, haciendo suyos los éxitos de la aviación, los comandos y los servicios de inteligencia israelís. Para Trump, que ha prometido no implicarse en guerras lejanas, la debilidad del régimen iraní era una ocasión para forzarle a negociar a la baja un nuevo acuerdo nuclear. Rubio era de los que defendían esta idea, a la vista de la quiebra del Eje de la Resistencia que ha seguido a la guerra de Gaza. La debacle de Hizbulá, el descabezamiento de Hamás y, sobre todo, la caída de Bashar el Asad, y su sustitución por un régimen intransigente con las mujeres, pero complaciente con Occidente, justificaban esta nueva estrategia que contaba con el apoyo de Arabia Saudí. Pero volvamos al todo y la parte. Soltando la furia del León Naciente, Netanyahu vuelve a tomar la iniciativa. Y a modificar la correlación de fuerzas en el Próximo Oriente a favor de Israel, en detrimento de Irán, pero también de los árabes y Turquía.
Suscríbete para seguir leyendo